miércoles, 22 de junio de 2011

Adoro


Matices café infinito, es mi más dulce sueño. 
Negrísimo río fluye fragante pero quietamente y desemboca en el deseo de mis palmas.
Por una curva muy peligrosa, es que me gusta pasar mientras viajo, sabiendo que allí murieron muchos.
Enamorado de un muro, abrazo con mis zarcillos llegando a un valle donde estoy rodeado.
Imagino dos cascadas limpias mirando para adentro con su negrura y cayendo como si viviera sus últimos litros.
De momento descanso y sostengo a la vida y a la muerte con mi locura.
Esa aventura donde una ventisca desata el escalofrío más salvaje que muere con el filo de la punta de mi beso.
Un aroma que encandila a los árboles y los ensordece.
Así me gustaría.
Jugar a la rayuela con arañas. Jugar a las arañas sobre el mar corazón, lumbre y lumbar.
Luego matar al abandono y dejar de imaginar a las cascadas, para encontrar a dos fuentes de aguas negras mirando al cielo y mostrando sus abismos embelesados.
Imposible no abrumar con esencias puras sobre el balcón lleno de almohadas que los duendes usan para saludarse.
Justo ahí es cuando nace la sensación caudalosa más amazónica, donde viajan soles arrastrando planetas, donde caen montañas como manzanas maduras y juegan titanes con mariposas.
Todo el oro fundido con libidinosidad que estaba estancado, engendra los torrentes más fervientes.
Cuando un coral conquista mis mundos, solo quiero dormir sin frío.
Es cuando dibuja sobre mis nervios, es que quiero asesinar a las agujas segunderas y sentir las olas que rebalsan del balcón.
Un preludio capaz de obsequiarle a un soldado la valentía de un buen Rey.
Puedo sentir que es ahí cuando el águila llega a descansar a su nido y cuando el corazón grita desesperado por desconectarse de sus venas, trepar por las arterias y vomitar sus rubíes mientras admira la magia maravillosa que los duendes tienen preparado desde hace mucho.
Ellos desatan terremotos y anudan sangre.
Un balde de piedra, lleno de lava, vuelca gritos mullidos, sin ningún tipo de arrepentimiento.
Aplaudo a esos duendes que se lucen realizando almohadones suavemente carnosos, con los tejidos mas adorables.
Allí donde el magma encuentra su lugar, para expresarse y cantar las melodías que nos hicieron creer que venían del infierno.
Momento en el que se puede volar mientras un goce nos regala con su pureza, como el mar sobre las rocas.
Comienzo de un final eterno y quizá  mucho más precioso, donde una mano podría romper cualquier cosa que estuviera entre sus dedos, menos, el cuerpo de una mujer.



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