Las águilas empezaban a llegar a la cueva. Primero gritaban desde muy alto,
avisando su llegada y manteniendo su vuelo circular mientras esperaban su turno
de entrar por la boca negra de la caverna. Esos ojos penetrantes que llegan a
los abismos más tenues comenzaban a mirarse entre sí. Múltiples cabezas de águila
y múltiples picos volteando de un lado a otro.
De momento comienzan a abrir un cerco circular de águilas que mueven sus
alas y plumas que delimitan sus colores. A los gritos desgarradores las águilas
enervan a las piedras, mientras ululan y se excitan, desesperadas y jugando con
su cuello que mueve sus cabezas graciosamente.
Queda una sola en el medio de la ronda. Una sola que nada entiende, que nada
vigila y que ya no reconoce a su planeta de perfeccionamiento.
Retorcijones y gritos nacen del águila, formando un aura de maldad y
martirio en su rededor. De repente sus alas crecen y forma un codo, y sus
preciosas plumas palidecen y caen bailando.
El águila duele.
Materias y mezclas blandas atrapan sus patas y las recubren. Le crecen más
dedos y su pico cae rebotando infinitamente con un eco vago. Con sus ojos ya
grandes y vacios, el águila se encuentra transformada dentro de su cueva. Su
cueva negra y excitante, que la transforma en humano. Humano para el águila...insultante.
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